Materia prima vegetal utilizada en la elaboración de textiles arqueológicos del estado de Guerrero, México
“A pesar de ser biólogos somos admiradores de los textiles”
La belleza de los textiles siempre es capaz de sobrepasar las barreras, no importando que estas sean idiomáticas, académicas o sociales, ya que independientemente del área, los colores vibrantes y las fibras entretejidas son objeto de admiración y estudio de diversos especialistas y apasionados.
Una de las partes más importantes del desarrollo de los textiles corresponde a la materia prima de la que están hechos, estos materiales pueden brindar información valiosa acerca de quienes elaboran las piezas de arte textil, su contexto histórico, geográfico y social, así recalca Fernando Sánchez Martínez, biólogo.
De la misma manera, Sánchez Martínez, menciona que a pesar que en muchos países, en excavaciones arqueológicas, se logran recuperar muchas piezas que no son de naturaleza orgánica, en México es muy raro que podamos encontrar vestigios de plantas que pueden hilarse. A diferencia de otros países donde se encuentran hasta de 750 plantas que son susceptibles de aprovechar para producir textiles, en la República Mexicana existen pocas evidencias del uso de fibras, y cuando se encuentran, estas resultan ser siempre las clásicas, como el algodón, las palmas de chuca, el ixtle o el agave.
De manera ocasional, los tejidos que se daban a conocer, hacían referencia a las fibras de tallos o de libero; la presencia de lienzos obtenidos de cortezas internas de fibras liberianas de moraceae, como el amate, ocupado de manera principal en el estado de Morelos y que también se utilizaró ampliamente en la elaboración de textiles.
Recientemente, con un estudio para autentificar un códice de origen maya, los investigadores encontraron la posibilidad de obtener fibras capaces de ser hiladas de la corteza interna, extraída de manera perimetral de un árbol sin que esta sufra ningún proceso más que de pegado; esto es lo que comúnmente se conoce como papel amate; aunque hay ciertas diferencias con el papel actual y el que se usaba en la época prehispánica.
A partir de este hallazgo surgió la tarea de búsqueda de toda una serie de fibras que pudiesen dar la posibilidad de ser hiladas, saliéndose de lo común para aumentar las posibilidades de los materiales para utilizar. Actualmente son 8 familias botánicas las que se están estudiando; considerando las características de las fibras liberianas y su disposición en la corteza interna es que se puede saber que muchas de estas especies se utilizaron para la obtención de fibras textiles.
El gran detonante del desarrollo colaborativo de biólogos con arqueólogos, se dio debido a la donación de una colección de textiles por parte de José Salgado Nava durante el periodo de 1990 a 1999; esta colección fue obtenida en primera instancia debido al saqueo, sin embargo, al ser recuperadas, las piezas fueron entregadas para su estudio.
Durante el análisis de las piezas textiles pudieron notar la procedencia, ubicándola en las cuevas secas en la zona norte del estado de Guerrero, las cuales se caracterizan por sus buenas temperaturas, un ph alcalino en el suelo y las cantidades exactas de humedad e iluminación; fueron estas condiciones las que permitieron a los textiles lograr un punto de equilibrio con el entorno y por ende su conservación durante más tiempo.
Esta colección está conformada por un conjunto de objetos varios, un total de 150 piezas textiles ubicadas de manera temporal del posclásico medio al tardío, es decir, entre los años de 1200 al 1520 d.C. Pese a que estas obras carecían de contexto, los arqueobotánicos, consideraron estas piezas valiosas por su carácter patrimonial y dignas de conservación. La importancia principal radica en el aporte de información respecto al manejo de materias primas y técnicas de elaboración de los mismos, es por ello que los análisis realizados tuvieron como principal objetivo obtener esta información.
Durante el proceso de rescate de las piezas para su mejor manipulación, en la fase del lavado, se notó una flexibilidad extraña en algunas piezas textiles, que no correspondía a las materias primas clásicas; los hilos se destorcían con facilidad y presentaban una estructura plana, por lo que se notó que dichos hilos no eran de hojas, sino de tallos. De manera conjunta con esta investigación, se registraron características adicionales como el tamaño, tipo de ligamento, torsiones de las fibras, número de hilos en trama, ornamentación y color, entre otros.
Entre la colección, destacan textiles conformados por diferentes lienzos, en manufacturas diferentes, unidas con puntadas gruesas en un patrón desordenado. Para estas, se ha considerado su uso como sudarios, debido a que poseen manchas que posiblemente fueron creadas por fluidos humanos. Además, se incluye una serie de capas sin mangas que se usaban de manera cotidiana, estos ya habían sido registrados previamente en la zona de la montaña de Guerrero, lo que permitió un estudio más amplio de los textiles.
Otra pieza característica y llamativa resulta ser una bolsa de 30 cm de largo y 15 de ancho, hecha con fibras de maguey; mediante estudios realizados a la tierra que se desprendió de su interior, se descubrieron granos de polen del maguey, lo que permite pensar que en esa bolsa se transportaron flores de agave, de frijol y maíz, este contenido permite establecer que se transportaron semillas que fueron depositadas como ofrenda al propietario durante su entierro.
Una pieza destacada es un atado redondeado de 7 cm de diámetro, atado con un pequeño cordel de maguey y en cuyo interior se encontraron 7 pequeños fragmentos de un material identificado como hematita. Por la importancia ritual del óxido de hierro se refuerza la idea de carácter funerario. Del mismo modo la colección incluye mantas elaboradas en diferentes materias primas y herramientas como machetes. Los especialistas no descartan que los que elaboraban estas piezas hayan sido enterrados con sus objetos de trabajo.
Del mismo modo, sobresale una pieza, una tira larga de 140 x 5cm elaborada con técnica de tapicería en los entorchados con colores en tonos morados en la que se halló pelo de conejo; otras piezas de la colección, corresponden a un brocado en algodón, un sudario de palma de ixtle y un lienzo elaborado con fibras de amate, además de usos mortuorios, la identificación de varias técnicas y colores de los textiles estudiados permite a conocer la especialización de los artesanos y compararlos con otras localidades.
Diana Sánchez Pascual